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Fray Benito Peñaloza y el origen de las viñas en el Perú.

Pisco / Perú mas de 400 años de Historia y Tradición (1613-2014).

Publicado: 2014-12-29

Agradeciendo al Sr Eduardo Dargent Chamot Presidente de la Academia Peruana del Pisco por permitirnos publicar este articulo.

Una fuente interesante para conocer los orígenes de la viticultura en el Perú es el libro escrito por el fraile benedictino Benito de Peñalosa y publicado en 1629 titulado “Las cinco excelencias del español” . En el, según comenta Manuel de Mendiburu en su Diccionario Histórico biográfico:

“Trata de la justificación de la conquista de las indias; de lo que poseía el rey en Asia, África y América; de la inmensa riqueza de que gozaban los españoles en esta región; de las minas de oro, plata y azogue; de los daños de las viñas en el Perú, sus remedios y conveniencia que tendría quintar el vino.”

Este curioso personaje hace un análisis muy negativo de lo que en el Perú se considera una fortuna. Consideraba fray Benito que todos los males de las Indias eran el resultado de haberse plantado viñas en el Perú y es en esta tesis tan enfático que nada ni nadie se escapa. Sin embargo vale la pena revisarlo porque ha dejado datos muy valiosos que ayudan a reconstruir el pasado de la viticultura nacional.

Según Peñaloza era culpa de las plantaciones de uvas el que se hubiesen detenido las conquistas ya que, explica, era más rentable para los españoles quedarse en sus chacras en lugar de iniciar nuevas aventuras; también indica que era a causa de las viñas que no se pudiese conseguir mano de obra local para las minas y culpaba precisamente a este trabajo de los indios en los viñedos de ser la causa que había obligado a traer esclavos africanos con su “secuela de enfermedades contagiosas” y finalmente, como si todo lo anterior fuese poco, culpaba a los vinos y aguardientes de ser el imán que atraía a los piratas al Pacífico meridional.

Si se revisan sólo estos antojadizos argumentos ya citados, el lector puede estar tentado a desechar el tratado de Peñaloza, pero en él comenta sobre el transporte del vino español a América, los tiempos que demoraba en llegar y los precios que alcanzaba. Por ejemplo refiriéndose a los precios dice que estos se elevaban por la dificultad del transporte por las distancias y menciona que ya en los tiempos en los que él escribe, estos se han reducido notablemente. Así, comenta que si bien antes, de Panamá a Lima, Arica y Chile tardaban entre ocho meses y un año, para principios del XVII lo normal era que a Lima demorasen dos meses poco más o menos.

Estas demoras repercutían en los precios del vino que se vendía especialmente en el interior del país y asi, dice, “antiguamente valía tan subido precio el vino en Potosí, 100 y 200 patacones una botija y aún apenas se hallaba.”

Sobre el trajín de los vinos a Potosí los volúmenes que menciona Peñaloza parecen imposibles. En los estudios realizados sobre los trajines de plata acuñada desde la ceca alto peruano a Arica, se encontraron trenes de hasta 900 llamas, cosa de por si impresionante si se piensa que cada noche debían ser descargadas y vueltas a cargar al amanecer, e incluso si no se hacía, las bestias tenían que ser cuidadas y alimentadas cada día. Éste autor menciona que había españoles que trajinaban con recuas de “Cuatro a seis mil carneros de la tierra a Potosí y a otras partes, que lleva cada carnero dos botijas de vino.”

En cuanto a la actitud de los españoles respecto a las tierras vinateras e incluso el oficio de pulperos y taberneros, el fraile comenta que en cuanto a lo primero los conquistadores que se adentran en los Andes, si pronto no encuentran tierras aptas

para sembrar viñas, se vuelven a la costa por esa “golosina de las ganancias fáciles” que gastan en sedas venidas de la China vía Acapulco, costosas telas de Italia y “otra ropa de contrabando”, mientras que los que optan por ser pulperos y taberneros lo hacen por las muchas ganancias aunque, explica, en España no lo harían por vergüenza.

Ingenuamente dice que las incursiones de holandeses e ingleses a los puertos de Arica, Paita o Guayaquil entre otros es “solo por los almacenes de vino que en ellos hayan”.

Un aporte muy valioso de Peñaloza es el de la cartografía de las rutas del vino. Considera el fraile que las que se usaban para llevar el vino del Perú a todo el continente podrían igualmente usarse para llevar el español “Que jamás debe faltar en el Perú” y detalla las caminos como en ningún otro documento de la época, así por ejemplo indica que “de Buenos Aires lo llevan a Chile en carretas hasta Mendoza, y pasando dos días de cordillera, hasta Santiago”. Detalla los itinerarios de manera tan precisa que se puede hacer una excelente cartografía de las rutas del vino del siglo XVI y XVII.

La revisión del mencionado texto de Peñaloza muestra una vez más que las fuentes con las que contamos para el estudio del la producción de vinos y aguardientes es casi inagotable y permite, con ingenio, exigirles siempre nuevas informaciones.


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